miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capítulo 15


Bebí un poco de agua y lentamente fui recordando ese maravilloso día.

-          Bien, lo que pasó a continuación…

En el hospital yo solo dormía, era la única forma de que todo pasase rápido. Mientras soñaba con mi bebé, una voz conocida me despertó. Abrí los ojos y vi a mi hermana Giorgina y a Carrie, la hermana de Tom, con una sonrisa y un montón de flores y peluches.

-          ¿Cómo se encuentra hoy la futura mami? – dijo Giorgina acercándose para darme un beso.
-          Ya sabes, como siempre. Me duele todo, el médico es un imbécil y Tom no está. ¿Sabéis algo de él? – pregunté un poco triste.
-          Tranquila, vendrá. Sabes que no se lo perdería por nada del mundo. Pero tiene compromisos. Recuerda, es un músico famoso – Carrie me acarició el pelo para tranquilizarme.
-          Lo sé. Y gracias chicas, no sé qué habría hecho estos días sin vosotras. Sin Tom ya es bastante duro, pero si encima faltarais vosotras, me habría muerto de aburrimiento y habría acabado pegando al médico. – dije mientras me incorporaba un poco.
-          ¿Qué te ha dicho hoy el médico? – preguntó Giorgina.
-          Me ha dicho que de esta noche no pasa. Pero ya veremos. Creo que el bebé está demasiado cómodo ahí dentro y no quiere salir. – empecé a ponerme otra vez nerviosa.
-          Tranquila Gi. Seguro que esta noche es LA GRAN NOCHE. – me hacía gracia que llamaran así a mi parto. Siempre que lo decían no podía aguantar la risa.
-          ¿Ves? Así está mejor. Vamos a ir a por un par de cosas. ¿Podrás sobrevivir sin nosotras? ¿O te tenemos que atar a la cama para que no pegues a nadie? – fue Giorgina la que sugirió tal cosa. Se miraron entre ellas y salieron de la habitación riéndose.

Algo me estaban ocultando. Cuando se miraban entre ellas y se reían nada bueno venía después. Pero bueno, no me importaba, si lo pensaba empezaría a arrancarme el pelo. Empecé otra vez a pensar en las cosas que me apetecía comer: helados, chocolate, tartas, hamburguesas, tortitas…
Me cansé de pensar en comida y me quedé dormida. Pero no duró mucho. Tuve una contracción muy fuerte y me desperté gritando. ¡Nunca me acostumbraría a eso! ¡Qué dolor! Entró el médico, comprobó unas cosas ahí abajo y me miró satisfecho.

-          Es la hora. – salió de la habitación e hizo unas señas a alguien. ¿Sería la enfermera? Pero cuando vi quien entraba no podía creerlo.
-          ¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de gira? – le grité.
-          He vuelto hace un rato. Pero estabas dormida y no quería despertarte. – dijo Tom entrando con su tierna sonrisa.
-          No es justo. Yo quería gritarte y enfadarme contigo por no haber estado estos días aquí. Y tú apareces con esa sonrisa tuya tan perfecta y me derrumbo. Muy injusto.

Se acercó a la cama y soltó una carcajada. Se acercó a mí y me acarició el pelo mientras me daba un beso. Cómo me gustaban sus besos, eran tan dulces. Después de dármelo, se acercó a mi enorme barriga, le dio un beso y le susurró: “sal ya pequeño, tu papá está deseando conocerte”.

-          ¿Cómo que pequeño? ¿Y si es una niña? – pregunté dejándole un hueco en la cama para que se tumbara.
-          Si es niña, mejor. Así tendré a mi pequeña Gio y podré abrazarla y besarla cada vez que su madre no quiera. –  me guiñó el ojo.
-          Ni hablar. Besos y abrazos solo a mí. – le dije abrazándome mucho a él, para que no hubiese ni un milímetro de espacio entre nosotros.
-          ¿No le podré dar besos a nuestra hija? – dijo divertido.
-          Solo si no dejas de besarme nunca. – se acercó a mí y me dio un beso que me pareció eterno y el que no quería que acabase nunca. Pero en ese momento entró el médico.
-          Siento interrumpiros, pero la sala está lista y hay que llevar a la madre allí. ¿Estás preparada para el último esfuerzo, Giovanna?
-          Nací preparada. – y volví a besar a Tom.

Dos enfermeras arrastraban la silla donde iba. Intenté no mirar hacia los lados, siempre me había dado mucha vergüenza ese tipo de situaciones. Abrieron una puerta y entramos. ¡Oh dios mío! Ahí estaba la famosa cama donde tantas mujeres habían dado a luz antes que yo. Tom me ayudó a levantarme y a ponerme cómoda en la cama. Cuando ya estaba lista, me agarró la mano y no me la soltó en ningún momento.

Después de muchos gritos, esfuerzos, palabras de Tom diciéndome que ya quedaba poco y palabras del médico diciéndome que solo faltaba un empujón más, todo terminó. La sala se quedó por un instante en silencio. Miré a Tom y vi que tenía los ojos vidriosos. Yo también tenía ganas de llorar. Acerqué su mano a mis labios y la besé. Entonces se escuchó un llanto. Era el llanto más ruidoso y más hermoso que había oído en mi vida. Me intenté incorporar un poco y Tom me ayudó. No veía nada, estaban todas las enfermeras por medio y no dejaban que mirase. Y entonces, llegó la gran frase que hizo que Tom y yo nos mirásemos y él me besase.

-          ¡Enhorabuena! ¡Es una niña! – dijo el médico con un pequeño bulto entre sus manos.
-          ¡Una niña, Tom! ¡Una niña! –  solté por un momento las manos de Tom para poder coger a nuestro bebé.
-          Es preciosa, igualita a su madre. – dijo Tom acercándose  para darle un beso en su pequeña cabecita.

Era perfecta, y era nuestro bebé. Habíamos estado esperando nueve meses y por fin tenía a la cosa más bonita del mundo entre mis manos. Miré orgullosa a Tom y dejé que cogiera a la niña.

-          Bienvenida al mundo, Carol. – dijo Tom cogiendo la manita de la pequeña.
-          ¿Carol? – pregunté yo.
-          ¿Te gusta?- me volvió a colocar a nuestro bebé entre mis brazos.
-          Me encanta. –  volví a mirar al bebé. – Te acabo de conocer, pero ya me he enamorado de ti, pequeña. –  le di un beso en su nariz.

Miré hacia Carol y vi que en su expresión había tristeza y alegría. Tenía ganas de levantarme y abrazarla, pero mi cuerpo me lo impedía. Ella lo notó y se levantó. Había echado demasiado de menos sus abrazos.