viernes, 31 de agosto de 2012

Capítulo 14


POV Gio

Había pasado una semana desde el cumpleaños de Sam. Estaba muy feliz porque le había gustado mi regalo. En realidad nunca pensé que sería capaz de deshacerme de ella, pero algo me impulsó a hacerlo y me alegraba por ello.

Por fin era sábado y por fin volvería a ver a Sam. Me sentía con mucho ánimo desde hacía unas semanas. Había vuelto a reírme de las bromas de los chicos. Y Dougie ya no me miraba como si me fuera a caer, simplemente estaba ahí, recordando juntos viejos momentos y contándome cosas de Sam.

Vino Dougie pronto y le dije que me ayudara a bajar, prefería recibir a mi nieta en el jardín, para que no tuviera que ser siempre en la cama. Además, me sentía bien y quería que me diera un poco el sol. Esperé la llegada de Sam leyendo un libro.

Se oyó el timbre y fue Doug a abrir. Escuché que decía algo y que empezaba a gritar, como si estuviera muy emocionado. Dejé el libro y esperé a que salieran al jardín. Giré la cabeza y vi que Sam no había venido sola, Carol venía con ella.

-          Hola mamá. ¿Cómo estás hoy? – preguntó con una sonrisa. Qué raro, hacía mucho que no veía a mi hija sonreír.
-          Muy bien. ¿A qué se debe tu presencia?
-          Te echaba de menos y me apetecía verte – dijo bajando la mirada.
-          Me alegra oír eso. Anda, sentaos y disfrutad del maravilloso día que hace hoy.
-          ¡Abuela! ¿Qué nos contarás hoy? – dijo mi nieta.
-          No sé que puedo contaros. Déjame pensar.
-          Cuéntanos uno de los mejores momentos que habéis pasado juntos.
-          Vale, ya sé que contaros.

Y las dos se quedaron en silencio y me escucharon atentamente.

Llevaba tan solo cinco horas en el hospital, pero ya tenía ganas de irme a casa. Esa cama era el lugar más incómodo donde había dormido, y eso que estaba muy acostumbrada a dormir en sitios raros.

Lo único que me apetecía era comerme una gran hamburguesa chorreante y grasienta. Desde hacía meses que no había probado una. ¡Qué ganas tenía de terminar con todo esto y poder comerme una!
El médico me había dicho que de esa noche no pasaba. Genial. Eso me lo llevaba diciendo durante una semana. Qué asco de todo. ¿Por qué estaba tan negativa últimamente? Serían los nervios. Desde que lo supe no había dormido bien un solo día. Imaginaos, nueves meses durmiendo poco y mal. Pero pronto se acabaría y por fin tendría a nuestro bebé en mis brazos. Llevaba tiempo imaginándome cómo sería ese momento tan especial. Me veía a mí gritando de dolor y, de repente, el médico envolviendo a nuestro bebé en una manta y dándomelo. También veía a Tom a mi lado en todo momento, llorando de la emoción.

Cuando nos enteramos, ninguno de los dos se lo creía. Me hice la prueba unas quince veces, y ni aún así no nos lo creíamos. Pero después de que el médico lo confirmase, nos miramos y nos besamos. En ese momento éramos las personas más felices del mundo. Llevábamos un año intentándolo y nada. Era desesperante, pero al final lo conseguimos…

-          ¿Abuela? ¿Qué te pasa? – escuché la voz de mi nieta pero la sentí muy lejana. - ¡Abuela, despierta!
-          ¿Qué? ¿Qué ha pasado? – miré aturdida a mi alrededor y cuando pude enfocar la vista vi que mi nieta estaba llorando.
-          ¿Estás bien? – preguntó preocupada Carol. – Mamá, ¿quieres que llame al médico?
-          No, no. Estoy bien. Tan solo ha sido un mareo – mentí para que se tranquilizaran. - ¿Por dónde iba?
-          Nos estabas diciendo que papá y tú estabais intentando tener un hijo pero que no podíais, hasta que al final lo lograsteis.
-          Ah, sí – dije intentando pensar en lo que iba a decir a continuación. – Doug, ¿me puedes traer un vaso de agua?
-          Claro, preciosa.

Mientras él me traía el vaso, me esforcé enormemente para recordar toda la historia.

domingo, 19 de agosto de 2012

Capítulo 13

¡Hola gentecilla! 

Creí que nunca más publicaría en este blog... Esta historia me gustaba pero la escribí hace meses y la dejé aparcada. Tengo dos capítulos más escritos, así que no los subiré seguidos, para que así luego no pase demasiado tiempo hasta que escriba más.

Espero que os esté gustando y si me dejáis comentarios diciéndome cositas bonitas (o no bonitas), me haréis felices y eso me animará para escribir antes. ¡Así que ya sabéis!

¡Sed felices y disfrutad del capítulo!


Después de comer la tarta de mi cumpleaños y de que me cantaran por quinta vez cumpleaños feliz, Dougie me llevó a casa. En el trayecto íbamos muy callados, decíamos alguna cosa, pero él estaba concentrado en conducir y yo en el paisaje y mis pensamientos. Había sido un día muy especial. Por fin había conocido al resto del grupo, habían tocado para mí y mi abuela me había regalado la guitarra de mi abuelo. Sentí una lágrima asomándose, y para evitarla, pestañeé muy fuerte y pensé en otras cosas.

Llegamos a casa y antes de bajar, mi tío me dio un beso en la mejilla. Salí del coche y me dirigí a la puerta. Entré como pude y dejé las dos guitarras en el recibidor. Me asomé al salón y vi a mi madre sentada en el sofá, en silencio y muy quieta. Me acerqué sin hacer ruido y le saludé.

-          Hola mamá. Tío Dougie me acaba de traer. Me lo he pasado muy bien en casa de la abuela. ¿Estás bien?
-          Ven, siéntate – dijo ella sin mirarme.

Di la vuelta al sofá y me senté a su lado. Vi que tenía una caja entre sus manos y que no paraba de mirarla y pasar su mano por encima. Esperé a que empezara a hablar. Pasaron varios minutos hasta que lo hizo.

-          Lo siento mucho, Sam. – levantó la cara y me miró.
-          ¿Por qué, mamá? ¿Qué ha pasado?
-          Por cómo me he portado contigo todo este tiempo. Lo siento.
-          ¿Y se puede saber por qué lo has hecho? – le dije un poco enfadada.
-          Sam, cuando tu abuelo murió, yo lo pasé muy mal. Y fui tonta y lo pagué contigo. Os parecéis tanto… - y empezó a llorar.
-          ¿Mamá?
-          Deja que me explique. Necesito contártelo, soltarlo todo.
-          Está bien. ¿Quieres un té?
-          No, tranquila. Estoy bien.
-          Bueno ¿y qué quieres contarme?
-          Tu abuelo y yo estábamos muy unidos. Él lo era todo para mí y yo para él. Cuando era pequeña siempre estábamos juntos. Me tocaba canciones, me hacía cosquillas, se disfrazaba para hacerme reír, me contaba cuentos todas las noches, me hacía tortitas, me llevaba todas las tardes al parque, se bañaba conmigo y juntos gastábamos bromas a mi madre. Todas las mañanas yo iba corriendo a su cuarto y le daba los buenos días saltando en su cama. Él lo odiaba, pero me quería, y cuando por fin estaba despierto, salía corriendo detrás de mí, para cogerme y darme besos por todas partes. – y se calló.
-          ¿Y por qué me has ignorado todo este tiempo? ¿Qué he hecho yo?
-          Cuando tu abuelo tuvo el accidente mi mundo se paró. Lloraba todas las noches, no comía, descuidé mi matrimonio y a vosotros. Incluso me tomé unos días para mí sola, para recuperarme. Cuando conseguí reponerme, volvió todo a la normalidad. Pero ahí estabas tú, tan idéntica a tu abuelo, con tu sonrisa, tu hoyuelo y esos ojos que tanto me recordaban a él. – Paró y me cogió las manos. – Sam, perdóname. No quise hacerte daño en ningún momento. Eres mi vida, lo más preciado que tengo junto a tu hermano. Y sé que es tarde, que el daño ya está hecho, pero quiero recuperarte. No quiero que me odies y que te separes de mí. Te quiero Sam y siento todo el daño que te he podido causar.

No pude evitarlo, las lágrimas se adueñaron de mis ojos y empezaron a salir sin querer parar. Me tragué el orgullo y le abracé. Estaba esperando ese momento desde hacía mucho, y por fin volvía a tener a mi madre.

-          Mamá, te quiero. – nos separamos y me besó en la frente.
-          Tengo algo para ti. – dijo señalando la caja.
-          ¿Qué es?
-          Toma, ábrelo. – y me lo dio.

Abrí la caja y vi muchas fotos y varios dvd’s. Cogí las fotos y empecé a verlas. El hombre que salía parecía mi abuelo, y la niña, ¿quién era?

-          Mamá, ¿quién es la niña que sale con el abuelo?
-          Eres tú cariño. Cuando eras pequeña nos pasábamos el día entero en su casa. Te alegrabas mucho cada vez que estabas con él. Y tu abuelo te quería con locura, eras su ojito derecho. – y rió.
-          Gracias por enseñármelas. ¿Y los discos? ¿Qué son? – mientras lo dije, mi madre se levantó y puso uno en el reproductor. Volvió y lo puso en marcha.
-          Creí que los había perdido, pero no.

Dejé de mirar a mi madre y me concentré en la televisión. Salía una casa, era la de la abuela. La recordaba tal y como se veía en el video, llena de color y de vida. Al fondo reconocí a mi abuela, estaba más joven y más enérgica. Parecía estar plantando unas flores junto a otra mujer. La cámara cambió de plano y vi un hombre mayor con una niña en su espalda. ¡Éramos el abuelo y yo! Él no paraba de reír, se le notaba muy feliz.  Hubo un momento en que vi que yo corría hacia donde estaba la abuela y me escondía detrás de ella, huyendo de mi abuelo. Él se acercó y me ofreció un caramelo. Yo miraba a mi abuela para que me aconsejara y ella asentía con la cabeza, ya que tenía las manos ocupadas. Vi que me acercaba poco a poco a mi abuelo y cogía el caramelo. Me lo metí en la boca y sonreí. Cuando lo terminé mi abuelo me cogió y me lanzó al aire para luego cogerme antes de que llegara al suelo.

Después de la escena del jardín venía otra dentro de casa. Estaba mi abuelo sentado en el sofá, conmigo en brazos y con la guitarra. Ponía mis pequeñas manos en las cuerdas y hacía como que tocábamos una canción. Yo le miraba orgullosa y él me sonreía. Podía oír la risa de mi madre detrás de la cámara, era ella la que lo estaba grabando todo.

Había más escenas donde se notaba que nos divertíamos. Pero la última me llamó mucho la atención, me pareció muy entrañable. Estábamos mi abuelo y yo, tumbados en el sofá, durmiendo. Él estaba de lado y yo apoyaba mi cabecita en su brazo. Parecía estar muy a gusto. La cámara se acercó y justo en ese momento se paró. Ya había terminado.

Me sentí incapaz de decir nada. Tenía ganas de llorar y de abrazar a mi abuelo, y ya no podía. Me giré un poco y vi a mi madre que miraba fijamente la televisión. Estaba temblando. Le abracé muy fuerte y le susurré en el oído que la perdonaba.

Pasamos unos minutos abrazadas. Cuando noté que mis brazos se habían dormido me separé lentamente de ella. Me levanté y fui a por la guitarra de mi abuelo. Volví al sofá y cuando mi madre levantó la vista, reconoció la guitarra en seguida.

-          ¿Quieres que te toque algo? He aprendido alguna que otra canción.

Movió la cabeza para asentir y yo empecé a tocar una de las canciones que me sabía tan bien. Ella no me quitó ojo en lo que duró la canción. Cuando acabé, dejé la guitarra y la miré.

-          El sábado que viene voy a volver a la casa de la abuela. ¿Quieres venir?
-          Claro. –  me cogió la mano y nos volvimos a abrazar.