lunes, 15 de octubre de 2012

Capítulo 16. POV Sam


Estaba muy feliz, mamá y la abuela habían olvidado el pasado y por fin se habían perdonado, y yo, conocía un poco a más a mi abuelo. Era genial escuchar las historias que me contaba la abuela.
Dejé a las dos en el jardín para que hablaran y me metí en la casa. Encontré a Dougie en el salón viendo la tele. Me senté a su lado y él la apagó.
  •           Parece que por fin lo han arreglado – dijo él.
  •           Sí. Y me alegro muchísimo por las dos.
  •           Sabes que ha sido gracias a ti, ¿verdad? – dijo acariciándome la mejilla.
  •           Yo no he hecho nada – dije avergonzada.
  •           Claro que sí. Has sido tú la que las ha vuelto a unir. Las dos echaban demasiado de menos a tu abuelo y por culpa de eso no se dieron cuenta de que se necesitaban la una a la otra para poder sobrevivir sin él. Y gracias a ti, se han dado cuenta de ello.
  •           Vaya, no sabía que las cosas estuviesen tan mal entre mi madre y la abuela. Y la verdad es que tienes razón. Estos días me he dado cuenta de que mi abuelo ha sido la persona más importante para las dos y, entiendo que sin él, no pudieran seguir adelante, el día a día, teniendo a su alrededor tantas cosas que le recordaban a él, como yo, por ejemplo – hundí mi rostro entre mis manos y empecé a llorar.
  •           No llores pequeña – y me cogió las manos. – Tú no tienes la culpa de que ellas hayan estado así. Todo lo contrario, ellas lo veían todo oscuro y tú has puesto luz en sus vidas, has hecho que quieran seguir adelante. Has logrado que tu abuela quiera luchar y que tu madre vuelva a sonreír.

Doug me limpió una lágrima que caía por mi mejilla y yo le abracé. En ese instante tenía demasiados sentimientos en mi interior. Por una parte era feliz porque mi madre y la abuela se habían reconciliado, por otra estaba agradecida a mi tío por aquellas palabras que me acababa de decir, pero también sentía tristeza. Tristeza por ser la única que no recordase nada de mi abuelo, por no poder hablar, reír y llorar con él. Tristeza porque había malgastado muchos años de mi vida encerrada en mí misma sin querer saber nada de nadie, ni siquiera de mi abuela. Y al pensar en todo esto, no pude evitar arrancar a llorar. Pero Dougie estaba ahí y sabía que no se separaría de mí, que no me dejaría nunca.
No dejó de abrazarme hasta que por fin me tranquilicé. Me dejó sola un momento y vi como se iba hacia la cocina. Unos minutos después, volvía con dos tazas en sus manos. Me dio una y él empezó a beber de la otra. Como quemaba bastante, la dejé sobre la mesa. Me fijé que en la taza de mi tío había unos muñecos dibujados, parecían de las antiguas películas de Disney. Miré mi taza y también vi que había dibujos.
  •           ¿Y estas tazas? – pregunté.
  •           Casi todas las tazas de esta casa tienen algo dibujado. Tu abuelo era un ser un poco especial. Le encantaba este tipo de cosas.
  •           En eso se parece a mi hermano – y nos reímos. – Todas sus tazas son igualitas a éstas. ¿Y qué más le gustaba?
  •           Le encantaba el cine. De hecho, en el último piso había una sala gigantesca donde había montado su propio cine. Nos pasábamos días enteros encerrados viendo películas. Una de sus pelis favoritas era Regreso al futuro. De ahí salió el nombre de nuestro grupo.
  •           ¡Ya decía yo que me sonaba de algo! ¡Marty Mcfly! – y Doug no paró de reír hasta varios minutos después.
  •           ¿Te gusta esa peli?
  •           ¡Claro! El cine es una de mis pasiones. Y como no tengo muchos hobbies, pues me suelo pasar la mayor parte del día viendo películas.
  •           ¿Y cuáles son tus otras pasiones? – preguntó muy interesado.
  •           Pues, a parte del cine, adoro la fotografía y la literatura. No puedo vivir sin un buen libro y sin mi cámara de fotos. Hace mucho que no le doy uso.
  •           ¡Tráetela algún día! ¿Y qué más te gusta hacer?
  •           Me encanta la naturaleza, ir al monte y caminar sin rumbo fijo. Siempre que voy me llevo una tienda de campaña y acabo durmiendo en sitios preciosos. Me gusta todo lo que tenga que ver con la naturaleza, sus paisajes, sus olores y sus pequeños habitantes. Solo te digo que en mi casa tengo dos gatos y no tengo más porque mi padre no quiere… ¡Pero cuando tenga mi propia casa pienso tener muchos animales!
  •           Eso está muy bien. Yo soy más de lagartos y de perros, siempre he tenido. En cambio, tus abuelos han tenido gatos. Los adoraban – y a mí se me iluminó la cara al oír eso. – Tuvieron muchos a lo largo del tiempo. Pero a los que yo cogí cariño, por eso de vivir aquí, fueron tres gatos: Marvin, Leia y Aurora. No eran nada ariscos, si no todo lo contario, eran como un perro, fieles a sus amos y cariñosos con el resto – y se rió por la cara que puse.
  •           Es que la gente está muy equivocada. No es verdad eso de que los perros son los mejores amigos de los hombres y los gatos no. Eso solo depende de cómo eduques al animal. Si desde pequeño tiene mucho contacto humano, pues será el animal más social que pueda haber. Pero si en cambio, no se relaciona mucho desde que es un cachorro, pues puedes tener la mala suerte de que sea bastante arisco y territorial. Pero eso pasa con perros y con gatos, y quien diga lo contrario no sabe nada sobre animales.
  •           A tu abuelo le hubiera encantado oír todo eso. Y seguro que te hubiera defendido – y yo sonreí triunfal.
  •           ¿Hay alguna foto de los gatos que me has dicho? Es por conocer un poco más a mi abuelo.
  •           Tengo algo mucho mejor – y salió del salón.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Capítulo 15


Bebí un poco de agua y lentamente fui recordando ese maravilloso día.

-          Bien, lo que pasó a continuación…

En el hospital yo solo dormía, era la única forma de que todo pasase rápido. Mientras soñaba con mi bebé, una voz conocida me despertó. Abrí los ojos y vi a mi hermana Giorgina y a Carrie, la hermana de Tom, con una sonrisa y un montón de flores y peluches.

-          ¿Cómo se encuentra hoy la futura mami? – dijo Giorgina acercándose para darme un beso.
-          Ya sabes, como siempre. Me duele todo, el médico es un imbécil y Tom no está. ¿Sabéis algo de él? – pregunté un poco triste.
-          Tranquila, vendrá. Sabes que no se lo perdería por nada del mundo. Pero tiene compromisos. Recuerda, es un músico famoso – Carrie me acarició el pelo para tranquilizarme.
-          Lo sé. Y gracias chicas, no sé qué habría hecho estos días sin vosotras. Sin Tom ya es bastante duro, pero si encima faltarais vosotras, me habría muerto de aburrimiento y habría acabado pegando al médico. – dije mientras me incorporaba un poco.
-          ¿Qué te ha dicho hoy el médico? – preguntó Giorgina.
-          Me ha dicho que de esta noche no pasa. Pero ya veremos. Creo que el bebé está demasiado cómodo ahí dentro y no quiere salir. – empecé a ponerme otra vez nerviosa.
-          Tranquila Gi. Seguro que esta noche es LA GRAN NOCHE. – me hacía gracia que llamaran así a mi parto. Siempre que lo decían no podía aguantar la risa.
-          ¿Ves? Así está mejor. Vamos a ir a por un par de cosas. ¿Podrás sobrevivir sin nosotras? ¿O te tenemos que atar a la cama para que no pegues a nadie? – fue Giorgina la que sugirió tal cosa. Se miraron entre ellas y salieron de la habitación riéndose.

Algo me estaban ocultando. Cuando se miraban entre ellas y se reían nada bueno venía después. Pero bueno, no me importaba, si lo pensaba empezaría a arrancarme el pelo. Empecé otra vez a pensar en las cosas que me apetecía comer: helados, chocolate, tartas, hamburguesas, tortitas…
Me cansé de pensar en comida y me quedé dormida. Pero no duró mucho. Tuve una contracción muy fuerte y me desperté gritando. ¡Nunca me acostumbraría a eso! ¡Qué dolor! Entró el médico, comprobó unas cosas ahí abajo y me miró satisfecho.

-          Es la hora. – salió de la habitación e hizo unas señas a alguien. ¿Sería la enfermera? Pero cuando vi quien entraba no podía creerlo.
-          ¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de gira? – le grité.
-          He vuelto hace un rato. Pero estabas dormida y no quería despertarte. – dijo Tom entrando con su tierna sonrisa.
-          No es justo. Yo quería gritarte y enfadarme contigo por no haber estado estos días aquí. Y tú apareces con esa sonrisa tuya tan perfecta y me derrumbo. Muy injusto.

Se acercó a la cama y soltó una carcajada. Se acercó a mí y me acarició el pelo mientras me daba un beso. Cómo me gustaban sus besos, eran tan dulces. Después de dármelo, se acercó a mi enorme barriga, le dio un beso y le susurró: “sal ya pequeño, tu papá está deseando conocerte”.

-          ¿Cómo que pequeño? ¿Y si es una niña? – pregunté dejándole un hueco en la cama para que se tumbara.
-          Si es niña, mejor. Así tendré a mi pequeña Gio y podré abrazarla y besarla cada vez que su madre no quiera. –  me guiñó el ojo.
-          Ni hablar. Besos y abrazos solo a mí. – le dije abrazándome mucho a él, para que no hubiese ni un milímetro de espacio entre nosotros.
-          ¿No le podré dar besos a nuestra hija? – dijo divertido.
-          Solo si no dejas de besarme nunca. – se acercó a mí y me dio un beso que me pareció eterno y el que no quería que acabase nunca. Pero en ese momento entró el médico.
-          Siento interrumpiros, pero la sala está lista y hay que llevar a la madre allí. ¿Estás preparada para el último esfuerzo, Giovanna?
-          Nací preparada. – y volví a besar a Tom.

Dos enfermeras arrastraban la silla donde iba. Intenté no mirar hacia los lados, siempre me había dado mucha vergüenza ese tipo de situaciones. Abrieron una puerta y entramos. ¡Oh dios mío! Ahí estaba la famosa cama donde tantas mujeres habían dado a luz antes que yo. Tom me ayudó a levantarme y a ponerme cómoda en la cama. Cuando ya estaba lista, me agarró la mano y no me la soltó en ningún momento.

Después de muchos gritos, esfuerzos, palabras de Tom diciéndome que ya quedaba poco y palabras del médico diciéndome que solo faltaba un empujón más, todo terminó. La sala se quedó por un instante en silencio. Miré a Tom y vi que tenía los ojos vidriosos. Yo también tenía ganas de llorar. Acerqué su mano a mis labios y la besé. Entonces se escuchó un llanto. Era el llanto más ruidoso y más hermoso que había oído en mi vida. Me intenté incorporar un poco y Tom me ayudó. No veía nada, estaban todas las enfermeras por medio y no dejaban que mirase. Y entonces, llegó la gran frase que hizo que Tom y yo nos mirásemos y él me besase.

-          ¡Enhorabuena! ¡Es una niña! – dijo el médico con un pequeño bulto entre sus manos.
-          ¡Una niña, Tom! ¡Una niña! –  solté por un momento las manos de Tom para poder coger a nuestro bebé.
-          Es preciosa, igualita a su madre. – dijo Tom acercándose  para darle un beso en su pequeña cabecita.

Era perfecta, y era nuestro bebé. Habíamos estado esperando nueve meses y por fin tenía a la cosa más bonita del mundo entre mis manos. Miré orgullosa a Tom y dejé que cogiera a la niña.

-          Bienvenida al mundo, Carol. – dijo Tom cogiendo la manita de la pequeña.
-          ¿Carol? – pregunté yo.
-          ¿Te gusta?- me volvió a colocar a nuestro bebé entre mis brazos.
-          Me encanta. –  volví a mirar al bebé. – Te acabo de conocer, pero ya me he enamorado de ti, pequeña. –  le di un beso en su nariz.

Miré hacia Carol y vi que en su expresión había tristeza y alegría. Tenía ganas de levantarme y abrazarla, pero mi cuerpo me lo impedía. Ella lo notó y se levantó. Había echado demasiado de menos sus abrazos.

viernes, 31 de agosto de 2012

Capítulo 14


POV Gio

Había pasado una semana desde el cumpleaños de Sam. Estaba muy feliz porque le había gustado mi regalo. En realidad nunca pensé que sería capaz de deshacerme de ella, pero algo me impulsó a hacerlo y me alegraba por ello.

Por fin era sábado y por fin volvería a ver a Sam. Me sentía con mucho ánimo desde hacía unas semanas. Había vuelto a reírme de las bromas de los chicos. Y Dougie ya no me miraba como si me fuera a caer, simplemente estaba ahí, recordando juntos viejos momentos y contándome cosas de Sam.

Vino Dougie pronto y le dije que me ayudara a bajar, prefería recibir a mi nieta en el jardín, para que no tuviera que ser siempre en la cama. Además, me sentía bien y quería que me diera un poco el sol. Esperé la llegada de Sam leyendo un libro.

Se oyó el timbre y fue Doug a abrir. Escuché que decía algo y que empezaba a gritar, como si estuviera muy emocionado. Dejé el libro y esperé a que salieran al jardín. Giré la cabeza y vi que Sam no había venido sola, Carol venía con ella.

-          Hola mamá. ¿Cómo estás hoy? – preguntó con una sonrisa. Qué raro, hacía mucho que no veía a mi hija sonreír.
-          Muy bien. ¿A qué se debe tu presencia?
-          Te echaba de menos y me apetecía verte – dijo bajando la mirada.
-          Me alegra oír eso. Anda, sentaos y disfrutad del maravilloso día que hace hoy.
-          ¡Abuela! ¿Qué nos contarás hoy? – dijo mi nieta.
-          No sé que puedo contaros. Déjame pensar.
-          Cuéntanos uno de los mejores momentos que habéis pasado juntos.
-          Vale, ya sé que contaros.

Y las dos se quedaron en silencio y me escucharon atentamente.

Llevaba tan solo cinco horas en el hospital, pero ya tenía ganas de irme a casa. Esa cama era el lugar más incómodo donde había dormido, y eso que estaba muy acostumbrada a dormir en sitios raros.

Lo único que me apetecía era comerme una gran hamburguesa chorreante y grasienta. Desde hacía meses que no había probado una. ¡Qué ganas tenía de terminar con todo esto y poder comerme una!
El médico me había dicho que de esa noche no pasaba. Genial. Eso me lo llevaba diciendo durante una semana. Qué asco de todo. ¿Por qué estaba tan negativa últimamente? Serían los nervios. Desde que lo supe no había dormido bien un solo día. Imaginaos, nueves meses durmiendo poco y mal. Pero pronto se acabaría y por fin tendría a nuestro bebé en mis brazos. Llevaba tiempo imaginándome cómo sería ese momento tan especial. Me veía a mí gritando de dolor y, de repente, el médico envolviendo a nuestro bebé en una manta y dándomelo. También veía a Tom a mi lado en todo momento, llorando de la emoción.

Cuando nos enteramos, ninguno de los dos se lo creía. Me hice la prueba unas quince veces, y ni aún así no nos lo creíamos. Pero después de que el médico lo confirmase, nos miramos y nos besamos. En ese momento éramos las personas más felices del mundo. Llevábamos un año intentándolo y nada. Era desesperante, pero al final lo conseguimos…

-          ¿Abuela? ¿Qué te pasa? – escuché la voz de mi nieta pero la sentí muy lejana. - ¡Abuela, despierta!
-          ¿Qué? ¿Qué ha pasado? – miré aturdida a mi alrededor y cuando pude enfocar la vista vi que mi nieta estaba llorando.
-          ¿Estás bien? – preguntó preocupada Carol. – Mamá, ¿quieres que llame al médico?
-          No, no. Estoy bien. Tan solo ha sido un mareo – mentí para que se tranquilizaran. - ¿Por dónde iba?
-          Nos estabas diciendo que papá y tú estabais intentando tener un hijo pero que no podíais, hasta que al final lo lograsteis.
-          Ah, sí – dije intentando pensar en lo que iba a decir a continuación. – Doug, ¿me puedes traer un vaso de agua?
-          Claro, preciosa.

Mientras él me traía el vaso, me esforcé enormemente para recordar toda la historia.

domingo, 19 de agosto de 2012

Capítulo 13

¡Hola gentecilla! 

Creí que nunca más publicaría en este blog... Esta historia me gustaba pero la escribí hace meses y la dejé aparcada. Tengo dos capítulos más escritos, así que no los subiré seguidos, para que así luego no pase demasiado tiempo hasta que escriba más.

Espero que os esté gustando y si me dejáis comentarios diciéndome cositas bonitas (o no bonitas), me haréis felices y eso me animará para escribir antes. ¡Así que ya sabéis!

¡Sed felices y disfrutad del capítulo!


Después de comer la tarta de mi cumpleaños y de que me cantaran por quinta vez cumpleaños feliz, Dougie me llevó a casa. En el trayecto íbamos muy callados, decíamos alguna cosa, pero él estaba concentrado en conducir y yo en el paisaje y mis pensamientos. Había sido un día muy especial. Por fin había conocido al resto del grupo, habían tocado para mí y mi abuela me había regalado la guitarra de mi abuelo. Sentí una lágrima asomándose, y para evitarla, pestañeé muy fuerte y pensé en otras cosas.

Llegamos a casa y antes de bajar, mi tío me dio un beso en la mejilla. Salí del coche y me dirigí a la puerta. Entré como pude y dejé las dos guitarras en el recibidor. Me asomé al salón y vi a mi madre sentada en el sofá, en silencio y muy quieta. Me acerqué sin hacer ruido y le saludé.

-          Hola mamá. Tío Dougie me acaba de traer. Me lo he pasado muy bien en casa de la abuela. ¿Estás bien?
-          Ven, siéntate – dijo ella sin mirarme.

Di la vuelta al sofá y me senté a su lado. Vi que tenía una caja entre sus manos y que no paraba de mirarla y pasar su mano por encima. Esperé a que empezara a hablar. Pasaron varios minutos hasta que lo hizo.

-          Lo siento mucho, Sam. – levantó la cara y me miró.
-          ¿Por qué, mamá? ¿Qué ha pasado?
-          Por cómo me he portado contigo todo este tiempo. Lo siento.
-          ¿Y se puede saber por qué lo has hecho? – le dije un poco enfadada.
-          Sam, cuando tu abuelo murió, yo lo pasé muy mal. Y fui tonta y lo pagué contigo. Os parecéis tanto… - y empezó a llorar.
-          ¿Mamá?
-          Deja que me explique. Necesito contártelo, soltarlo todo.
-          Está bien. ¿Quieres un té?
-          No, tranquila. Estoy bien.
-          Bueno ¿y qué quieres contarme?
-          Tu abuelo y yo estábamos muy unidos. Él lo era todo para mí y yo para él. Cuando era pequeña siempre estábamos juntos. Me tocaba canciones, me hacía cosquillas, se disfrazaba para hacerme reír, me contaba cuentos todas las noches, me hacía tortitas, me llevaba todas las tardes al parque, se bañaba conmigo y juntos gastábamos bromas a mi madre. Todas las mañanas yo iba corriendo a su cuarto y le daba los buenos días saltando en su cama. Él lo odiaba, pero me quería, y cuando por fin estaba despierto, salía corriendo detrás de mí, para cogerme y darme besos por todas partes. – y se calló.
-          ¿Y por qué me has ignorado todo este tiempo? ¿Qué he hecho yo?
-          Cuando tu abuelo tuvo el accidente mi mundo se paró. Lloraba todas las noches, no comía, descuidé mi matrimonio y a vosotros. Incluso me tomé unos días para mí sola, para recuperarme. Cuando conseguí reponerme, volvió todo a la normalidad. Pero ahí estabas tú, tan idéntica a tu abuelo, con tu sonrisa, tu hoyuelo y esos ojos que tanto me recordaban a él. – Paró y me cogió las manos. – Sam, perdóname. No quise hacerte daño en ningún momento. Eres mi vida, lo más preciado que tengo junto a tu hermano. Y sé que es tarde, que el daño ya está hecho, pero quiero recuperarte. No quiero que me odies y que te separes de mí. Te quiero Sam y siento todo el daño que te he podido causar.

No pude evitarlo, las lágrimas se adueñaron de mis ojos y empezaron a salir sin querer parar. Me tragué el orgullo y le abracé. Estaba esperando ese momento desde hacía mucho, y por fin volvía a tener a mi madre.

-          Mamá, te quiero. – nos separamos y me besó en la frente.
-          Tengo algo para ti. – dijo señalando la caja.
-          ¿Qué es?
-          Toma, ábrelo. – y me lo dio.

Abrí la caja y vi muchas fotos y varios dvd’s. Cogí las fotos y empecé a verlas. El hombre que salía parecía mi abuelo, y la niña, ¿quién era?

-          Mamá, ¿quién es la niña que sale con el abuelo?
-          Eres tú cariño. Cuando eras pequeña nos pasábamos el día entero en su casa. Te alegrabas mucho cada vez que estabas con él. Y tu abuelo te quería con locura, eras su ojito derecho. – y rió.
-          Gracias por enseñármelas. ¿Y los discos? ¿Qué son? – mientras lo dije, mi madre se levantó y puso uno en el reproductor. Volvió y lo puso en marcha.
-          Creí que los había perdido, pero no.

Dejé de mirar a mi madre y me concentré en la televisión. Salía una casa, era la de la abuela. La recordaba tal y como se veía en el video, llena de color y de vida. Al fondo reconocí a mi abuela, estaba más joven y más enérgica. Parecía estar plantando unas flores junto a otra mujer. La cámara cambió de plano y vi un hombre mayor con una niña en su espalda. ¡Éramos el abuelo y yo! Él no paraba de reír, se le notaba muy feliz.  Hubo un momento en que vi que yo corría hacia donde estaba la abuela y me escondía detrás de ella, huyendo de mi abuelo. Él se acercó y me ofreció un caramelo. Yo miraba a mi abuela para que me aconsejara y ella asentía con la cabeza, ya que tenía las manos ocupadas. Vi que me acercaba poco a poco a mi abuelo y cogía el caramelo. Me lo metí en la boca y sonreí. Cuando lo terminé mi abuelo me cogió y me lanzó al aire para luego cogerme antes de que llegara al suelo.

Después de la escena del jardín venía otra dentro de casa. Estaba mi abuelo sentado en el sofá, conmigo en brazos y con la guitarra. Ponía mis pequeñas manos en las cuerdas y hacía como que tocábamos una canción. Yo le miraba orgullosa y él me sonreía. Podía oír la risa de mi madre detrás de la cámara, era ella la que lo estaba grabando todo.

Había más escenas donde se notaba que nos divertíamos. Pero la última me llamó mucho la atención, me pareció muy entrañable. Estábamos mi abuelo y yo, tumbados en el sofá, durmiendo. Él estaba de lado y yo apoyaba mi cabecita en su brazo. Parecía estar muy a gusto. La cámara se acercó y justo en ese momento se paró. Ya había terminado.

Me sentí incapaz de decir nada. Tenía ganas de llorar y de abrazar a mi abuelo, y ya no podía. Me giré un poco y vi a mi madre que miraba fijamente la televisión. Estaba temblando. Le abracé muy fuerte y le susurré en el oído que la perdonaba.

Pasamos unos minutos abrazadas. Cuando noté que mis brazos se habían dormido me separé lentamente de ella. Me levanté y fui a por la guitarra de mi abuelo. Volví al sofá y cuando mi madre levantó la vista, reconoció la guitarra en seguida.

-          ¿Quieres que te toque algo? He aprendido alguna que otra canción.

Movió la cabeza para asentir y yo empecé a tocar una de las canciones que me sabía tan bien. Ella no me quitó ojo en lo que duró la canción. Cuando acabé, dejé la guitarra y la miré.

-          El sábado que viene voy a volver a la casa de la abuela. ¿Quieres venir?
-          Claro. –  me cogió la mano y nos volvimos a abrazar.