domingo, 19 de junio de 2011

Capítulo 1

Otro día más en aquel infernal motel. Estaba harta de las reformas, de los obreros, de mi padre diciéndome que bajara la música, de mi madre acaparando el único y pestilente baño y de Thomas, el idiota e inútil de Thomas, que solo sabía romper mis discos y saltar en mi cama cuando buscaba tranquilidad, esa inexistente tranquilidad de aquel lugar.

Habían pasado tres semanas desde que dejamos nuestro hogar. Los obreros le decían a mamá que en pocos días estaría todo terminado, que podríamos volver en unos pocos días. Después de que dijeran lo mismo varias veces dejé de creer que volvería alguna vez a mi tan preciado cuarto, el que por fin dejaría de compartir con él. Estaba harta de no tener intimidad. Necesitaba poder estar sola, sin un hermano pequeño que no parara de molestarme y pedirme que jugara con él. Quería tener mi propia cama, una mesa enorme para mí sola, una pared llena de fotos y posters, un armario que llegara hasta el techo y un rincón para mí, donde solo yo pudiera estar, con mis pensamientos, sin ser molestada por nadie.

Pero ese día no llegaba. Los obreros seguían sin concretar una fecha y la convivencia en ese cutre motel se estaba haciendo insoportable para todos. Mamá llegaba tarde todos los días alegando que tenía mucho trabajo pendiente. Papá se quedaba hasta altas horas en el bar, bebiendo con los que él llamaba amigos. Y Thomas se pasaba la mayor parte del día en casa de Chris, su mejor amigo desde que tiene memoria. Pero a mí me tocaba la peor parte. Después de las clases tenía que ir directa al motel para dar de comer a Chewaka y Don Gato. Sí, son unos nombres estúpidos y Chewaka no era el nombre de un gato, pero fue idea de mi hermano adoptarlos, así que tenía todo el derecho de ponerles esos nombres. Como hasta las seis no aparecía nadie en casa, tenía que quedarme yo por si aparecían los obreros o por si había alguna urgencia. Por eso odiaba aquel lugar.

Después de casi dos meses apareció de pronto uno de los obreros y nos dijo que ya podíamos volver a nuestra casa. Nuestra casa, que bien sonaba eso. Tenía muchas ganas de ver cómo había quedado mi cuarto. Bueno, en realidad, tenía ganas de tumbarme en mi cama. Cuando llegamos vi la casa muy distinta. ¿Tanto había cambiado? Yo la recordaba más humilde, más hogareña. Ahora parecía como si allí dentro viviera un marqués, con sus techos y puertas altas, cuadros antiguos colgados por los pasillos y un salón señorial. Ahí habíamos pasado muchas horas de pequeños. Ahora parecía como si hubiera un cartel que dijera: “Prohibido el paso a menos de 18 años”. Miré asombrada a mi madre, pero ella tenía un brillo en los ojos que asustaba. En los últimos años había cambiado mucho. Había pasado de ser la persona más buena y humilde del mundo, a la señora más estirada y snob. Nunca entendí el porqué de ese cambio, pero tampoco me atreví a preguntárselo. Simplemente dejé que pasara y me alejé de ella. En realidad me alejé de todo el mundo. De papá, de Thomas y de mis amigas de la infancia. De vez en cuando, por obligación expresa de mamá, iba a casa de Sophie o de Anne, pero no solía hacerlo muchas veces. Cuando no lo hacía, ellas se acercaban a casa. Pero llegó un día en que simplemente dejamos de hablarnos.

Estaba nerviosa por entrar en mi cuarto. Subí despacio las escaleras, apoyándome en el renovado y más caro pasamanos. Cuando llegué al último tramo, suspiré. Giré la cabeza y, allí estaba, lo que iba a ser mi escondite perfecto, aislado de todo el mundo. Caminé despacio hasta la puerta. Por lo menos me habían hecho caso en una cosa, no habían tocado nada de la puerta. Me gustaba tal y como era, con el pomo redondo de color rosa y el resto, con pintadas de Thomas cuando era muy pequeño. Me había alejado mucho de él, pero aún conservaba buenos recuerdos de cuando los dos éramos unos niños y nos gustaba jugar juntos.

Entré en mi nuevo cuarto. Al principio no lo reconocí, pero poco a poco reconocí antiguos tesoros de los que aún no quería desprenderme, como la guitarra que me envió mi abuela Giovanna, a la que hacía más de ocho años que no veía. No vivíamos en la misma ciudad, y para verla teníamos que hacer un largo viaje que ninguno lo hacía con ganas. Por lo tanto dejamos de visitarla. Era un largo camino que ninguno estaba dispuesto a hacer.

Justo en frente de donde estaba habían puesto el escritorio, mirando hacia la enorme ventana que habían sustituido por la que tenía antes, mucho más pequeña. Al lado de la mesa había un hueco donde habían puesto una butaca. Me pareció el sitio ideal, ya que yo adoraba leer y tener una butaca cerca de una ventana era una muy buena idea. En el otro lado estaba la cama y el armario. Me imaginé que tendría una cama de matrimonio, ya que la llevaba pidiendo desde que era pequeña, pero me tuve que conformar con mi cama de siempre. En cambio, el armario era distinto. Llegaba al techo, como yo lo había imaginado. Pero eso fue capricho de mamá, ella es la obsesionada con la ropa, la que me compra faldas sabiendo que yo siempre he llevado vestidos y, la que llena mi armario de gorros y pañuelos. Me gustaba. Tendría que darle la razón a mi madre esa noche cuando me dijera que una chica siempre tiene que tener un armario grande y espacioso para guardar todas sus cosas y para poder tener dónde elegir.

Lo siguiente que vi fue una puerta. Creí que era el baño, pero cuando la abrí me llevé una sorpresa. Era una habitación pequeña. Dos de las cuatro paredes estaban pintadas de morado claro. La tercera, no se podía distinguir el color, ya que toda ella estaba cubierta por estanterías con todos mis libros. Y la cuarta pared era un mosaico de todas las fotos que nos habían hecho de pequeños. Cerré la puerta y me senté en el pequeño sofá que había en uno de los rincones. Me encontraba muy bien en esa habitación. Sabía que iba a pasar muchas horas en ella, leyendo, escribiendo, recordando…

Todo el cambio había sido para bien. Tenía cuarto propio. Adoraba mi espacio en aquella habitación. Y hasta tenía un balconcito pequeño donde se podía poner una silla. Por fin dejaba ese mohoso motel para empezar una nueva vida en mi nuevo hogar.

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