martes, 28 de junio de 2011

Capítulo 3

Me sobresalté cuando Thomas me gritó. Llevaba un buen rato intentando decirme algo, pero como me ocurría siempre que iba en coche, estaba perdida en un mundo paralelo. Me quité el auricular y le pregunté si quería algo.

- ¿Jugamos a algo?

- Sabes de sobra que me mareo cuando vamos en el coche, así que déjame en paz. – Me sentí muy mal cuando acabé de decir eso, así que apagué la música y me volví hacia mi hermano, quien ya estaba distrayéndose con otra cosa. – Tom, perdona. ¿A qué quieres que juguemos?

- A lo de siempre. – me dijo con una gran sonrisa.

- Está bien, pero no vale hacer trampas. – Sabía perfectamente que él iba a ser el ganador, pero no me importaba.

- ¡Coche gris! – dijo Thomas nada más había terminado yo de hablar.

- ¡Eso no vale! Te has adelantado. Eres un tramposo.

- Vale, volvamos a empezar.

- Una, dos y ¡tres!

- ¡Coche azul! – volvió a decir él sin dejar que pudiera decir nada.

- ¡Coche negro! – esta vez fui yo la que se adelantó.

- ¡Coche gris!

Era un juego absurdo, pero siempre que íbamos en coche, Thomas y yo jugábamos a él. Se trataba de ser el primero en decir el color del coche que pasaba. Y como por esa carretera no pasaban muchos era más difícil, porque nunca sabías cuándo ibas a ver uno. Cuando noté que me empezaba a marear dejé de jugar y volví a ponerme los auriculares. Eso me relajaba y despejaba. Pero no tuve tiempo, ya que en ese mismo instante entramos en la calle de la abuela.

Bajamos del coche en silencio. Desde que supimos la noticia no habíamos hablado mucho. Yo seguía enfadada con ella, pero parecía como si le diera igual. Thomas me cogió la mano y entramos juntos en el jardín. Giré la cabeza y allí estaba el columpio. De pequeña pasé muchas horas subida a él, me encantaba. Seguimos andando hasta que llegamos a la puerta. Fui a llamar pero de repente alguien la abrió desde dentro. Me quedé parada, ya que no conocía a esa persona. Era un hombre mayor, con pelo canoso y algo encorvado. Cuando me vio, sonrió. Supuse que sería mi tío abuelo Dougie.

- ¡Hola niños! ¿Qué tal el viaje? ¡Habéis llegado antes de lo esperado! – lo dijo mientras se acercaba a nosotros y nos pasaba su anciana mano por el pelo.

- Hola. – dijimos Thomas y yo a la vez.

- Vaya, es verdad lo que me dijo tu madre hace tiempo. ¡Te pareces muchísimo a tu abuela! – dijo mientras me miraba de arriba abajo sin apenas pestañear.

- Hola tío Doug. ¿Cómo estás? – saludó mi madre dándole dos besos.

- ¡Qué saludo más formal! ¿Donde está aquella niña que venía corriendo y se tiraba literalmente encima de mí? – dijo tío Dougie mientras le daba un abrazo lo suficiente fuerte para alguien de su edad. – Pasad dentro, hay alguien que os espera.

Cuando tío Dougie dijo eso se me encogió el corazón. Hacía años que no entraba en esa casa. Siempre me había parecido enorme, pero esta vez noté cómo todas las paredes se iban haciendo cada vez más pequeñas y me aprisionaban. Me quedé parada un momento. Necesitaba respirar conscientemente para no ahogarme. Noté cómo Thomas me tiraba de la mano indicándome que debíamos entrar. No se oía nada, ni la televisión, ni la radio, ni gente hablando. Nada. Me acuerdo cuando de pequeña correteaba por esta casa con mis primos y mi hermano. Y también recordaba que la casa nunca estaba vacía, siempre había gente en cualquier momento del día. Nos quedamos parados en mitad del recibidor y fue tío Dougie quien nos indicó que subiéramos al piso de arriba. Subimos en silencio. Cuando llegamos arriba, tío Dougie nos señaló la habitación del fondo. Fue mi madre quien abrió la puerta. Entró seguida de mi padre y, luego, de mi tío. Vacilé un segundo pero Thomas tiró de mí y entramos los dos juntos.

Cuando entré me encontré con una habitación muy parecida a la mía. Al lado del escritorio había una butaca, con aspecto de haber sido muy usada. En el otro lado también había un armario enorme. Y en el otro lado del escritorio había un pequeño balcón, con un par de sillas.

Me acerqué a la cama y vi que había una mujer tumbada, mirándome muy fijamente con ojos cansados. Me pareció hermosa. Tenía una cara muy dulce aunque se notaba en su expresión que no estaba bien. Obligué a mis pies que se movieran unos metros más, para estar a la altura del resto. Me quedé muy quieta sin saber qué hacer. Fue ella la que dio el primer paso.

- Veo que has crecido mucho. Te has convertido en una muchacha muy guapa y alta.

- Hola abuela. – me atreví a decir. Pero mi nerviosismo me impidió continuar.

- Te pareces mucho a tu abuelo. – al decir esto vi que sus ojos se llenaron de lágrimas.

- ¡Todo lo contrario! Sam ha sacado toda tu belleza. – dijo tío Dougie intentando sacar su sonrisa más sincera. Pero él también tenía los ojos vidriosos.

- Ven, acércate. El tiempo también me ha robado la vista – Creí entender el doble sentido de la frase, ya que tío Dougie se acercó y le tendió la mano.

Me acerqué y sin preguntárselo me senté en la cama. No sé porqué, pero me sentía muy bien allí dentro. Se parecía al escondite que tenía en mi cuarto. Recordaba su cara. Ahora estaba más arrugada, pero seguía teniendo los mismos ojos marrones que tanto me hipnotizaban cuando era pequeña. Hizo un intento de sonrisa y yo se la devolví, para darle fuerzas. Cuando quise darme cuenta, estábamos solas. No entendía por qué se habían ido, pero no me importó. Volví a sonreír a mi abuela y sin querer se me escapó una pequeña lágrima. Intenté disimular, pero mi abuela se percató e hizo un leve gesto para que cogiera su mano.

- ¿Te gustó la guitarra que te regalé? – empezó diciendo mi abuela, para intentar tranquilizarme.

- Mucho. Pero no sé tocarla, así que es más un recuerdo que un instrumento. – me dio vergüenza decirle esto, así que miré hacia otro lado. Pero ella hizo un amago de risa.

- A tu madre le encantaba tocar la guitarra de pequeña. Pero un buen día dejó de hacerlo. Así que entiendo que nadie te animara a aprender.

Hubo un silencio, pero a ninguna de las dos nos molestó. Seguimos cogidas de la mano un buen rato. Ella me preguntaba cosas de mi vida y yo se las contaba encantada. Nunca me había sentido tan bien hablando con alguien. De normal siempre evitaba cualquier relación. Pero con ella era distinto. Conseguía que me relajara y que no quisiera salir corriendo. Pero por desgracia terminó nuestro tiempo de visita y tuvimos que decirnos adiós.

- ¿Puedo volver algún día?

Mi madre me miró confusa, pero mi abuela hizo un gran esfuerzo por sonreír y me dijo:

- Siempre has sido bienvenida en esta casa.

Le devolví la sonrisa y le di un beso en la frente. Mamá le dijo adiós y nos fuimos. Cuando entramos en el coche me preguntaron por qué quería volver. Yo sonreí mirando a la casa y me puse a escuchar música.

Fue un largo viaje de vuelta. Estaba cansada y no tenía ganas de cenar, así que subí directamente a mi habitación. Cerré la puerta y me dirigí a la cama. Cuando me senté, mi mirada se posó en la guitarra. Eso me hizo pensar en mi abuela y sonreí. Igual algún día aprendería a tocarla.

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