jueves, 14 de julio de 2011

Capítulo 10. POV Gio

Habían pasado un par de meses desde que empezamos a vernos. Los dos habíamos aprobado todos los exámenes. Era verano, así que cada uno se fue a su lugar de vacaciones, él se fue a su pueblo y yo me quedé en Londres. Me gustaba mucho quedarme en mi ciudad durante un tiempo, antes de irme a casa de mis abuelos.

Llevábamos una semana sin vernos, pero no había un solo día que no habláramos. Nos tirábamos horas al teléfono. En realidad ya no teníamos nada nuevo que contarnos, pero nos encantaba hablar, bromear, recomendarnos libros y películas. Todas las mañanas me levantaba con una sonrisa porque sabía que en unas horas hablaría con él. Las cosas habían cambiado mucho. Ahora nos gustábamos, y los dos lo sabíamos. Pero ninguno se atrevía a dar un paso más.

Pero ese día fue diferente. Me llamó cuando yo aún estaba durmiendo. Miré el número y no era el suyo. Qué raro, pensé.

- ¿Diga? – dije entre bostezos.

- ¡Buenos días dormilona! ¡Hace un gran día! ¿Por qué no te cambias y sales a dar un paseo? Quién sabe, igual tienes una sorpresa esperándote en la puerta.

Colgó y yo empecé a ponerme nerviosa. ¿Qué estaba pasando? ¿Me habría enviado algo? Abrí el armario y miré toda la ropa que tenía. Volvía a hacer calor, así que me puse un vestido blanco que me llegaba por encima de las rodillas y unas sandalias azules que iban a juego con la flor que me puse en el pelo, a modo de horquilla. Bajé rápida a la cocina y pegué un trago de zumo. Ya estaba lista. Me acerqué a la puerta principal y la abrí poco a poco. Pero para mi sorpresa, ahí no había nada. Qué desilusión. Pensaba que Tom me habría dejado algo, pero no era así. Así que ya que estaba fuera, decidí dar un paseo, para airearme un poco.

Cuando iba andando noté que alguien me tocaba el hombro. Me asusté y me giré poco a poco. ¡Y menuda sorpresa me llevé!

- ¡Tom! ¿Qué haces aquí?- le pregunté mientras me acercaba a él y le abrazaba.

- Quería sorprenderte. ¿Qué tal has dormido?

- Muy bien. Vaya, no me esperaba para nada esta sorpresa. – y empezamos a caminar.

- Tenía muchas ganas de verte. – me dijo mientras se ponía muy rojo.

- ¡Yo también! ¿Te quedas todo el día? ¿Cuándo te vas?

- Me voy mañana. Así que aprovechemos el día de hoy. – y me sonrió. Cómo echaba de menos esa sonrisa tan perfecta. ¡Y ese hoyuelo tan único e increíble!

Seguimos caminando hasta que llegamos a un parque. Nos sentamos en el césped y estuvimos hablando durante horas. Cuando empezamos a tener hambre, Tom se acercó a un puesto de comida y trajo dos perritos calientes. Yo no pude acabarme el mío, así que se lo di, ya que parecía seguir teniendo hambre. Cuando acabamos, él se tumbó y yo me apoyé en su pecho. Empezó a jugar con mi pelo. Estaba muy callado, demasiado para ser él.

- ¿Ocurre algo? – le pregunté irguiéndome para mirarle a la cara.

- No, nada. Tranquila. – y me dedicó una tímida sonrisa.

- Por cierto. Esta mañana, ¿desde dónde me has llamado?

- Desde una cabina. – dijo divertido – Vine ayer y como tenía que ser una sorpresa, pues te he llamado desde la cabina que hay en tu calle.

Continuamos así hasta que se hizo de noche. Nos levantamos y empezamos a andar. Cuando llegamos hasta mi casa, fui a despedirme. Me acerqué para darle un abrazo pero me paró.

- Espera, la sorpresa no acaba aquí.

Le miré con cara rara, pero él se rió y se acercó a mí. Tenía algo en las manos. ¿Era una venda? Me la enseñó y dejé que me la pusiera. Extendí los brazos instintivamente y noté que él me cogía la mano con delicadeza. Empezamos a andar muy despacio. Oí que sacaba unas llaves y supuse que serían las de su coche. Abrió la puerta y me ayudó a entrar. Dio la vuelta y abrió la puerta del conductor. Arrancó el coche y empezó a moverse. ¿A dónde me estaría llevando? Durante el trayecto fuimos en silencio. No tenía ni idea de dónde estábamos. Paró el coche y se bajó. Abrió mi puerta y me ayudó a bajar. Me susurró que ya faltaba poco. Abrió otra puerta y me hizo entrar. Subimos en un ascensor. Supuse que estaríamos muy altos porque tardamos mucho en llegar a nuestro destino. Cuando salimos, nos quedamos quietos durante unos segundos. Él sacó las llaves y abrió la última puerta. Entramos despacio y me dejó unos segundos sola. No se oía nada. Después de un momento, que a mí me pareció eterno, oí su voz.

- Ya puedes quitarte la venda. – su voz sonaba un poco alejada.

Me la quité y pestañeé varias veces. No podía ser verdad lo que había allí dentro. Era un salón gigantesco, todo repleto de velas. Mirase por donde mirase había velas. Era increíble lo que había hecho. No era capaz de reaccionar, era demasiado para mí. Él lo notó y se acercó lentamente hacia mí. Cuando ya estaba a escasos centímetros, me miró a los ojos y me cogió de la mano. Parece que la sorpresa no acababa ahí. Salimos a una terraza enorme. Nos acercamos y me asomé. Eran unas vistas preciosas. Se veía el centro de Londres, con su tráfico, sus luces, y su gente. Era demasiado hermoso. Todo lo que estaba viendo parecía sacado de un sueño. Tenía miedo de despertar, así que me agarré fuerte a la barandilla para no desaparecer y despertarme en mi cama.

Miré de reojo a mi alrededor y no vi por ninguna parte a Tom. Pero justo en ese momento noté que lo tenía detrás de mí. Se estaba acercando muy despacio. Me acarició la espalda y yo sentí que un escalofrío empezó a recorrer todo mi cuerpo. Me giré y vi que volvía a tener algo en las manos. Cuando vi qué era empezaron a caerme lágrimas. Estaba siendo todo tan perfecto. Primero pasamos juntos todo el día, después las velas y las vistas, y ahora, el chico más increíble del mundo me estaba regalando una rosa. La cogí y volví a derramar un par de lágrimas. Él se acercó un poco más a mí y me alzó la cara para que le mirara, ya que yo la había agachado para intentar esconder las lágrimas. Dio un paso más y se quedó tan cerca de mí que notaba su aliento en mi pelo. Con una mano empezó a acariciarme y con la otra me acercó a él. Se notaba que estaba nervioso. Sus manos no paraban de temblar. Le miré a los ojos y le sonreí, para darle fuerzas. Acercó su cara a la mía, y aunque dudó unos instantes, no vaciló cuando me besó. Fue el beso más dulce y bonito que recuerdo. Fue corto pero intenso. En esos momentos no necesitábamos más.

Nos apartamos poco a poco. Tom tardó unos segundos en abrir los ojo, pero cuando lo hizo, apareció su hoyuelo, no dejaba de sonreír. Me cogió la cintura e hizo que entráramos dentro. Fuimos hacia un comedor, donde ya no había tantas velas. Otra sorpresa más. La mesa estaba puesta, había muchos platos, copas, flores en un jarrón y pétalos de rosas esparcidos por toda la mesa. Estaba siendo el mejor día de mi vida. Nos sentamos y empezamos a comer. Todo estaba riquísimo. Seguro que él no lo había hecho, en otras ocasiones me había demostrado que era un pésimo cocinero. Terminamos de cenar y ya era hora de volver a casa, o si no mis padres se empezarían a preocupar.

Volvimos en su coche, pero esta vez sí que podía ver el camino. No tardamos mucho en llegar. Bajamos y nos dirigimos al portal. Ninguno de los dos sabíamos muy bien qué decir, no queríamos estropearlo diciendo cualquier tontería. Me acerqué a él y le di un rápido beso en los labios. Cuando fui a separarme, Tom me cogió de la cintura y me acercó a él. Me dio un beso más largo y me susurró en el oído:

- Te quiero.

Después de terminar la historia vi que Sam tenía la cara llena de lágrimas. Esperé a que se tranquilizara y le cogí la mano.

- ¡Ha sido precioso! Ni en las películas es tan bonito. – me dio un beso y dijo en un susurro – Abuela, te quiero.

- Y yo a ti, cariño.

Y como era ya tarde, nos quedamos dormidas con la foto entre mis manos.

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