martes, 5 de julio de 2011

Capítulo 7. POV Sam

Esperé a que Doug cerrara la puerta. Había sido un viaje extraño, él no paraba de mirarme y de sonreír. Parecía como si estuviese orgulloso de mí. Y eso me sorprendió. Creo que era la primera persona que me miraba así, ni siquiera mis padres lo habían hecho antes. Y he de decir que me sentía muy bien. Me alegré de tenerle en mi vida y, aunque nos habíamos conocido en circunstancias difíciles, me sentí bien. Parecía ser una gran persona, y se le notaba que quería mucho a mi abuela. No sabía de qué se conocían, pero parecían casi hermanos. Solo había gestos de cariño entre ellos. Seguro que cuando mi abuelo vivía pasaba lo mismo. Aunque no llegué a conocerle, se notaba que en aquella casa le querían mucho. Una lágrima se asomó, pero me la quité antes de que empezara a caer.

- ¿Te parece bien si subes tú sola? Yo voy a limpiar un poco. – me besó en la cabeza y se alejó.

Subí lentamente las escaleras. Había dejado abajo la mochila, pero la guitarra la llevaba conmigo. Entré en el cuarto y allí estaba ella. Me sonrió nada más verme y yo le devolví la sonrisa.

- ¡Hola abuela! ¿Qué tal estás hoy? – y me acerqué a su cama para sentarme.

- ¡Muy bien querida! Tenía muchas ganas de volver a verte. ¿Qué es eso que has dejado en el suelo?

- Es la guitarra que me regalaste. Era una sorpresa. – y quité la funda para quedarme solo con la guitarra. – He aprendido unos acordes. ¿Quieres?

- ¡Claro que sí! – y vi que empezó a llorar, pero aun así su sonrisa no desapareció.

Empecé a tocar una canción. Siempre había odiado cantar, pero desde que cogí la guitarra me salía solo, como si lo hubiese hecho toda la vida. Cuando terminé, dejé la guitarra en el suelo y miré a mi abuela.

- Ha sido precioso. Tocas muy bien. Y tu voz… - pero no pudo terminar la frase. Me acerqué a ella y le di un beso mientras le secaba las lágrimas que le iban cayendo.

- Toco todos los días. Nunca pensé que me fuera a gustar tanto. Ya tengo ganas de aprender otra canción. El próximo día que venga te haré un concierto privado.

- Eso está bien cariño. Además, lo haces muy bien. Se nota que tienes los genes de tu abuelo.

- ¿De mi abuelo?

- ¿No te dijo tu madre tu madre que tu abuelo tocaba la guitarra?

- No. – odio mucho a mi madre. No pienso volver a hablarle nunca. – Nunca me habló de él.

- Vaya. Ojala te hubiera contado cosas de él. Era un gran músico. – y vi que otra lágrima le caía por la mejilla.

- Abuela. Sé que hablar de él te duele. No quiero que estés así.

- No te preocupes. Gracias a ti tengo ganas de hablar de él. – y giró la cabeza hacia la mesa que había al lado de la cama. Miré y vi que había una foto.

- ¿Sois vosotros?

- Más bien, éramos. Acércame la foto. – y la cogí.

- Se os ve muy enamorados.

- Nos queríamos mucho. – y en ese momento me fijé en algo.

- ¡El abuelo también tiene solo un hoyuelo! Igual que yo. – me toqué el hueco de mi hoyuelo y miré a mi abuela. Su sonrisa desapareció y las dos empezamos a llorar. – Abuela, cuéntamelo, por favor. Quiero saber cómo era él. Quiero conocer a mi abuelo.

- Claro que sí. Espero que mi vieja cabeza no se haya olvidado de él.

Di la vuelta a la cama y me tumbé a su lado. Cogí la foto y observé cada detalle. Eran muy guapos. Había algo mágico en ellos. Se notaba que habían sido muy felices. Solo era una foto, pero sus miradas lo decían todo. Le di un beso a mi abuela para animarla a que empezara la historia.

- Veamos. Por dónde empezar…

- Cuéntame cómo os conocisteis.

- Ah sí, de eso me acuerdo perfectamente. Nos conocimos cuando teníamos trece años. Y la verdad, en ese momento no pensé que llegaría a ser la persona más importante de mi vida. Íbamos al mismo colegio, y dio la casualidad que nuestros apellidos empezaban por f: Falcone y Fletcher. Y gracias a eso, nos sentamos juntos. Él me miró y desde ese momento nuestro mundo cambió completamente, aunque no nos dimos cuenta hasta unos años después.

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