miércoles, 6 de julio de 2011

Capítulo 8. POV Gio

- Como ya te he dicho, nos conocimos a los trece años. Pero yo no me enamoré de tu abuelo hasta unos años después, cuando teníamos diecisiete.

- ¿Y qué fue lo que pasó?

- Me acuerdo que el curso estaba acabando…

Quedaban dos semanas para los exámenes finales. Estaba muy nerviosa porque ese año no había estudiado casi nada. Me pasaba el día entero en una cafetería con mis dos mejores amigas. Debería haber sido más responsable, pero supongo que me vino bien ser una rebelde justo ese año.

No salía casi de la biblioteca. Me levantaba muy temprano, cogía las cosas e iba directa a ese lugar donde todo el mundo estudia y nadie puede decir una sola palabra. Prefería quedarme en casa, pero sabía que si lo hacía, acabaría leyendo algún libro o viendo una película. Así que nada más levantarme, cogía lo necesario y caminaba hasta la biblioteca del colegio.

Me acuerdo que esa mañana hacía mucho calor para ser Londres. Me puse un vestido y unas sandalias, y me hice una coleta. No quería llegar a la biblioteca y tener que empezar a abanicarme para no morirme de calor. Cogí mi termo con café y salí de casa. Hacía un día precioso y yo lo iba a pasar encerrada en una biblioteca. Pero tenía que ponerme las pilas si quería acabar el curso.

Entré en el colegio y me dirigí a la sala que había en el último piso. No sé por qué llamaban a eso biblioteca. Era una sala pequeña, con muy pocos libros. Y además, siempre estaba vacía. Abrí la puerta y entré sin hacer ruido. Ya había gente estudiando. Me senté en la única mesa libre y abrí uno de los libros que había traído. Me sumergí en la lectura cuando noté que alguien se sentaba a mi lado.

- ¿Puedo? – me preguntó una voz que ya resultaba demasiado familiar.

- Claro, porque no. – le dije sin mirarle.

Era él otra vez. Ese chico que llevaba años detrás de mí. Siempre con una sonrisa, con una palabra bonita para mí. Y yo con mi cara de asco. Con él siempre era lo mismo, él me saludaba, me sonreía y yo miraba para otro lado y me iba. Fui muy borde con él. Demasiado. Pero menos mal que todo cambió. Yo hasta ese momento había sido la típica chica que solo va con sus amigas y pasa del resto de personas. No era popular ni nada parecido, pero la verdad es que las otras personas no me importaban mucho, solo quería estar con mis amigas.

Cada uno leía sus cosas. Yo intentaba memorizar algo de historia, pero no me concentraba. Ese chico me ponía nerviosa, y no sabía por qué. Cada vez que se movía, levantaba la vista o pasaba de página, yo le miraba disimuladamente. Tenía que estar loca. Siempre le había ignorado y ahora no podía parar de mirarle. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué no podía dejar de mirarle? No era lógico. Llevaba cuatro años pasando de él y, ahora, observaba todo lo que hacía.

Decidí dejar de mirarle y seguir estudiando. Tenía que distraerme con eso, ya que en una biblioteca era fácil pensar en cosas que no quieres. Cogí el lápiz y empecé a garabatear en el libro. No me interesaba nada lo que estaba estudiando, pero era eso o seguir mirándole. Empecé a leer lo que ponía en el libro hasta que oí que me hablaba. Genial, eso no me iba a ayudar nada.

- ¿Necesitas ayuda? – preguntó él cerrando su libro y, como siempre, con una sonrisa.

- ¿Cómo? – no supe qué decirle. Tampoco entendía por qué yo estaba tartamudeando. ¡Él no me gustaba! O eso quería creer.

- Que si necesitas ayuda. Te veo un poco perdida. Historia, ¿verdad? A mí tampoco me apasiona demasiado, pero si quieres podemos estudiar juntos y nos ayudamos. - ¿En serio me estaba diciendo eso? Intenté disimular mi cara de sorpresa, pero era demasiado evidente. Le dije algo para que no se pensara que me daba vergüenza hablar con él, cosa que en esos momentos era cierta.

- Bueno, vale. – aunque su cara de sorpresa fue mucho más evidente que la mía. Era la primera vez que le hablaba sin decirle una bordería.

- Aquí no podemos hablar. Qué te parece si vamos a una cafetería. Allí estaremos mucho más cómodos. – y volvió a sonreír. Si no dejaba de hacer eso tendría que decir adiós al estudio.

- Vale. – solo supe decir eso. Seguro que en su mente se estaba riendo de mí. Era una situación bastante ridícula.

Empecé a recoger mis cosas y me levanté de la silla sin hacer ruido. Me abrió la puerta para que saliera y nos fuimos a un café que había cerca. Nos sentamos en la mesa más alejada de la gente. Él se pidió un café y me pidió a mí otro. Abrimos los libros y empezó a contarme batallitas muy divertidas sobre la época que estábamos estudiando. Pasamos todo el día en ese café, riendo, hablando, estudiando, bromeando… En definitiva, me lo estaba pasando realmente bien. Cuando se hizo de noche, nos despedimos y cada uno se fue por su lado. Habíamos quedado en vernos todas las tardes en ese café para estudiar juntos. Cuando llegué a casa cené algo y me subí a mi cuarto. Me miré en el pequeño espejo que tenía en la mesa y vi que seguía teniendo la misma sonrisa que había tenido durante toda la tarde.

- Y así es como conocí a tu abuelo. – dije con una gran sonrisa.

- ¿Y qué más paso, abuela? ¡Cuéntamelo!

- Eso otro día, cariño. Después de haberte contado todo esto me he quedado agotada. Creo que necesito dormir un poco. ¿Te importa?

- ¡Claro que no! Yo iré abajo a comer algo. ¡Descansa, que me tienes que seguir contando la historia! – me dio un beso y se marchó.

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